El surgimiento del Nacionalismo como concepto occidental erosionó el dominio del Imperio Otomano al debilitar su concepto de millet, bajo el cual los turco-otomanos administraban sus relaciones con los pueblos bajo su control, estos se extendían desde la Península de Los Balcanes por el norte, que incluían a Albania, Grecia y las seis Repúblicas que conformaban la antigua Yugoslavia (Croacia y Serbia entre ellas), hasta extensos territorios poblados por árabes, judíos, kurdos y armenios desplegados al sur y al este.
En cada una de esas regiones el nacionalismo encontró cauces propios, alcanzando la potencia suficiente como para confirmar la disolución del imperio otomano.
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